Cuando Saskia encontró a la chica de Central Park fotografiando la luna

-¿Fumas?

-No, gracias.-suspira a bocajarro apartando el humo del cigarro que acabo de encender aprovechando que no sopla el viento-Prefiero dejar los cigarrillos para los que se mueren de ansiedad por probar mis labios y no tienen otra cosa mejor con la que calmarla. Llevas demasiado tiempo observándome. Tú qué te crees, ¿que no te he visto venir día tras día y apoyarte en este mismo árbol sin quitarme el ojo de encima? Sé exactamente quién eres.

-Pues entonces estamos en desventaja, porque yo todavía no sé cómo te llamas.

La primera vez que vi a la chica de Central Park llevaba cinco mil dólares en efectivo en el bolsillo y un paquete de Lucky Strike bajo la manga para que no se me cayese por el agujero del pantalón. Suena absurdo reconocerlo, pero me importaba mucho más el cartón ya pagado que los cientos que podía comprar con el dineral que me acababan de pagar. Ella jugaba con una cámara enorme a hacerle fotos al reflejo de la luna difuminada en el estanque y luego apuntaba cosas en una libretita pequeña que sacaba del bolsillo de la chaqueta con esmerado cuidado para luego depositarla de nuevo junto a su corazón. Imaginé que aquella chica tenía tantos secretos que, probablemente, no le cupieran en el pecho y me propuse descubrirlos poquito a poco mientras me deleitaba con su espontáneo ritual cada atardecer.

He de reconocer que me encantaba fumar toneladas de tabaco escondida entre los árboles de Central Park cuando caía la noche, pero que más me gustaba observarla llegar con su faldita a cuadros en tonos fríos y su camisa blanca desabotonada que no dejaba lugar a la imaginación por mucho que tratase de cerrar los ojos con todas mis fuerzas y contar hasta veinte mil de tres en tres. Cada día me parecía más y más preciosa, aunque yo sabía que su atractivo no residía precisamente en lo bonita que era; sino en que existía algo que ahí estaba escondido en el interior de su piel que me fascinaba de forma casi obsesiva cada vez que cogía la cámara con esos ademanes casi sobrenaturales que me hacían preguntarme, embriagada en un delirio demasiado preocupante, si de veras no era un espejismo de mi imaginación. Creo que, en ocasiones, disparaba el flash de la cámara sin rumbo fijo y luego esbozaba una sonrisa de oreja a oreja en cuanto se sentía satisfecha con el resultado que su perspicaz creatividad le proporcionaba. Automáticamente, sacaba la libretita y escribía pensamientos durante un largo rato hasta que anochecía por completo y volvía a coger la cámara enmarcando a su sonrisa perpetua con un fruncimiento muy gracioso que emitían sus labios carnosos con textura de jugosa manzana. Tenía una interminable melena azabache con diversos bucles, siempre cubiertos de copos de nieve en invierno, que jugaban cayendo hasta su cintura. Confieso que, los días que hacía mucho viento, me enamoraba el contoneo de sus cabellos hasta las trancas y el pequeño gesto inconsciente que realizaba al apartarse los mechones de la frente y las mejillas que, sinuosamente y sin ningún orden, quedaban enlazados a sus dedos. Lo cierto es que, toda ella y su rutina, me enamoraba.

 El sonido del corazón de Saskia cuando observa a Meghanne a la luz de la luna

Este es el primer fragmente de la reescritura que estoy haciendo a mi proyecto Loving Meghanne Bynes, al que la mayoría de mis lectores ya conocéis. Deciros que, lamentándolo mucho, tan sólo voy a subir fragmentos de la obra a este blog con la intención que, si por casualidad llegase a ser publicada, no contarais con toda la información y os mereciese la pena leerla al completo. Os iré poniendo al tanto de vez en cuando de detalles que puedan resultar relevantes en los fragmentos que aquí publicaré, explicaré alguna decisión que haya tomado en el desarrollo de la trama así como curiosidades de alguno de los personajes.