Echaba de menos ser una europea cosmopolita en Brujas

Aquella mañana decidí salir más pronto de lo normal. Dejé de sentir la necesidad de estar encerrada en cuanto me asomé por la ventana para encontrarme con la mirada cristalina del cielo de Manhattan dándome los buenos días. Me pareció de mal gusto sacar la cámara tan temprano y terminé por tumbarme en el sofá con los pies en el respaldo, haciendo círculos con los tobillos mientras observaba la panorámica del salón, abarrotado de trastos hasta los topes, engullirme hasta hacerme presa del desorden. Me percaté entonces de que algo en mi manera de actuar había cambiado repentinamente e, incluso, que me sentía demasiado bien conmigo misma como para poder llegar a advertir por completo esa variación y sus causas que, por el momento, me eran inexplicablemente indiferentes.
De alguna manera ajena a mí había algo que no encajaba. Había cosas que no conseguía recordar con claridad, otras que eran vagos delirios de mi memoria y, finalmente, estaban las que se hacían eco en mi cabeza una y otra vez sin querer ser más que opacidad y confusión. Siempre se me había dado bien eso de estar sola y no sabía cómo, de repente, sentía la imperiosa necesidad de salir a la calle para mezclarme entre la gente y percibir un poquito de calor humano de ese que hacía tanta falta en mi vida y al que yo, hasta el momento, me había visto obligada a resistirme. Definitivamente echaba cada día más de menos mi vida europea en Brujas.
Debo reconocer que el edificio donde yo vivía era el más bonito de todo el barrio. Se trataba de un antiguo hospital para leprosos cuidadosamente reformado después de la Segunda Guerra Mundial, lleno de madera carcomida y vigas en el techo que, de vez en cuando, cubrían cabecitas infantiles de polvo, virutas y serrín. Allí, en invierno, siempre olía a castañas asadas, estufas y carbón; y, en verano, a piel de melocotón recién cogido del árbol más grande del patio de atrás. Las hermanas Jeanne y Aimée Arnaux, las encargadas de dirigir l´Orphelinat(1) Bonheur des Enfants y culpables de mis recuerdos más dulces, me enseñaron, sin apenas pretenderlo, a ser persona y a considerar aquel sitio como mi único y verdadero hogar. Todavía rememoro en ocasiones las noches en las que Jeanne venía a mi cama a calmarme el miedo y contarme un cuento, mientras todos los demás niños dormían arropados bajo el ruido de una de las mil tormentas que eran habituales a finales de otoño. Eso, sin quererlo, me hacía sentirme muy importante en un lugar donde lo importante quedaba reducido a nada y era, indiferentemente, aplastado por una masa infantil que tan sólo pensaba en no comer sopa los miércoles y evitar, por todos los medios, ser el último en la cola y tener que ducharse con agua fría. Yo era plenamente feliz allí y todavía lo era más si tenía a Jeanne por las noches junto a mí.





He aquí un nuevo fragmento que regala una visión más amplia que la que teníamos hasta ahora sobre el pasado de Meghanne y su infancia. Se había dicho en incontables ocasiones que se trataba de una mujer cuyo inglés presentaba guturalidades, y estas son debidas a que en Bélgica conviven idiomas como el francés y el alemán que están completamente plagados de estas particularidades en su fonética. Para quien no lo sepa, Brujas -Brugge en alemán y Bruges en inglés y francés- se trata de una pequeña ciudad medieval plagada de arte gótico en el norte de Bélgica a la que llaman "la Venecia del norte" ya que, al igual que la capital italiana, posee un sinfín de canales. Espero que os guste y, para abrir boca y que no me echéis en cara que os dejo leer poco, os dejo el diálogo -sólo el diálogo- de una escena que terminé de escribir ayer:


+¿Sabes? No recuerdo tu apellido.
-Saskia Alexeva Kozlova.
+Alexeva Kozlova… mmm… Eres rusa, ¿verdad?
-Mi madre era de Kiev, pero mi padre nació en Moscú.
+¿Sabes qué cuentos me contaba Jeanne por las noches?
-¿Cuáles?
+Cuentos rusos.
-¿Ah, sí? ¿Y crees que significa algo?
+Debe ser una señal, ¿no? Eso ha sido siempre lo que más, más, más me ha gustado en el mundo.


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(1) Orfanato

2 comentarios:

  1. ESTÁ GENIAL! Me encanta el fragmento :) Aunque lo de los apellidos rusos me han dejado algo atónita, mmmm no sé si recordaré los de Saskia eh? XDD
    LOVE IT!

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  2. Los apellidos rusos tienen su truco y, si lo sabes, son muy fáciles de formar y de aprender.

    Los rusos tienen la "regla nemotécnica del FIO" (Familia -apellido-, Imia -nombre- y Otchestvo -Patronímico-). No tienen dos apellidos. Tienen un Patronímico (nombre de su padre) y un apellido.

    El patronímico de las chicas -que es el que interesa- se forma con el nombre de su padre+la terminación -eva/-evna (según la que guste más o quede mejor). Ej: El padre de Saskia se llama Aleksei, por eso ella es Alekseva.

    El apellido se toma siempre del padre -la madre lo pierde cuando se casa y adopta el del marido con su respectiva terminación- + la terminación -ova. Ej: El padre de Saskia se apellida Kozlov, por eso ella es Kozlova.

    Espero que te sirva el truqillo y me alegro de que te haya gustado:)

    Un besazo!

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