Con el sabor de su propia sangre en los labios

-¿Dónde estamos?
Cuando cruzamos el espeso bosque que rodeaba aquella comarcal, me asaltó un profundo hedor que poco a poco fue cubriendo gran parte de mis sentidos. Habíamos llegado a las puertas de una ciudad. Las venas me ardían cada vez más, desesperadas por tomar una nueva forma bajo el epitelio; y este nuevo olor contribuyó a que deseasen con más fuerza aquella liberación. Mina no se separaba ni un segundo de mi lado. Tenía mi mano asida con dulzura y celo, evitando que pudiera perderme entre tanta oscuridad mientras mis ojos comenzaban a acostumbrar su nueva perceptiva nocturna que tanto dolor de cabeza me estaba proporcionando.
-Tranquila, no tardaremos en llegar. Además, hace una espléndida noche para pasear por estos parajes, ¿no te parece?-se detuvo a mi lado, obligándome a imitarla mientras se situaba tras de mí con infinita parsimonia-Cierra los ojos y siéntelo todo.
Mi cuerpo vibraba estimulado por su contacto. Colocó ambas manos sobre mi cara y taponó por completo mi campo de visión durante algunos instantes que se me antojaron, una vez más, mágicos. De nuevo aquel timbal palpitante que simulaba a nuestros corazones danzando en torno a un macabro baile de atracción mutua, aquel sinuoso repiqueteo en cada una de mis arterias similar al roce de un yunque y un martillo, aquella complejidad de resonancias que cautivaba mi cerebro como el agua de un riachelo; y ahora, como novedad, la cadencia intermitente que formaba una melodía con el canto de las bestias nocturnas que habíamos dejado atrás apenas unos instantes. Los cuervos batiendo las alas sobre el ramaje, los mapaches en busca de pequeñas bayas bajo los troncos caídos, la respiración cálida y sugerente de los pequeños roedores, un rebaño de ovejas a no muchos metros de la zona. Y humanos. Cientos de ellos. Sentí, durante apenas unas milésimas de segundo, cómo sería el sabor de aquella sangre inocente atravesando mi garganta; y sonreí. Sentí que Mina también lo hacía conmigo.
-Ya sabes el porqué de nuestra primera excursión nocturna, ¿no?-dijo ella entonces, apartando sus manos de mi rostro y situándose nuevamente junto a mí-Puedo leer en tu cara que has sabido interpretarlo. He considerado oportuno que lo aprendieses cuanto antes.
Asentí.
-Vas a enseñarme a matar, ¿no es así?-repliqué algo contrariada, aterrada por la sensación de nervios que me producía el simple hecho de imaginarme desangrando a una víctima sin su ayuda.
Mina tomó mi rostro entre sus manos y acunó mi mandíbula inferior con suma delicadeza, obligándome a encontrar sus ojos que habían decidido adoptar un albo matiz celeste casi transparente. Dibujó una mueca algo amistosa, mostrando sus dos perfectos caninos sobresaliendo entre su recta dentadura.
-Quiero que antes de que vayamos a por ellos seas consciente de una única cosa: nosotros no somos asesinos. Vagamos por la Tierra como gigantescos felinos de las grandes selvas, sin más derecho a matar a nuestras víctimas que cualquier ser viviente.-su semblante permaneció impasible y me aterró la idea de que se pudiera haber molestado por mi absurda réplica-Sylfaen, por tu propia tranquilidad de espíritu debes alimentarte de seres perversos, debes aprender a amarlos con toda su inmundicia; y regodearte con las visiones de su maldad que inevitablemente invadirán tu corazón en el momento de la matanza.
>>Si matas a un inocente, sentirás remordimientos y enloquecerás de rabia, la cual te llevará a la impotencia y a la desesperación. Quizá pienses que eres demasiado cruel y fría para sucumbir a esos sentimientos. O tal vez te creas superior a la raza humana y pidas perdón motivada por tus excesos depredadores, alegando que actuas movida por la necesidad de subsistir. A la larga -y te lo digo con experiencia- ese argumento jamás da resultado.
>>Comprenderás que eres algo más que una simple bestia despiadada. Tus rasgos nobles derivan de tu humanidad y tu naturaleza superior únicamente puede conducirte a valorar más a los seres humanos. Te prometo que te compadecerás de tus víctimas y llegarás a amarlas a todas, incluso a las más viles, con tanta intensidad y devoción que algunas noches preferirás pasar hambre a alimentarte de su sangre.
Mina me mostró una sonrisa cómplice.
-Así que somos como una especie de superhéroes.-concluí-Es decir, libramos al mundo de toda la maldad que lo somete y matamos por necesidad.
Apartó delicadamente sus manos de mi rostro con un profundo suspiro entre irritación y diversión, tomando nuevamente el camino que habíamos dejado hacía tan sólo unos instantes. Se giró apenas un momento más.
-Sylfaen, tú quédate con lo de que matamos únicamente por necesidad.
-Pero...
-Esta noche prométeme que vas a acatar mis normas y vas a hacer caso a todo lo que yo te diga sin rechistar ni ponerme en duda.-su semblante se tornó de piedra al instante, acongojándome-Sin masacres, ¿entendido?
Asentí, pero no sin antes acudir a la réplica:
-¿Por qué das por hecho que va a ser una masacre, Mina?-insistí-¿Por qué...?
-Sin masacres.-sentenció fulminándome al fin con la mirada.
La seguí en cuanto echó a andar. Toda la escena se movía al ritmo de viento sutil procedente de un río cercano que comenzaba a congelarse; la húmeda niebla se arremolinaba sobre la ciudad, pero no caía convertida en lluvia; las diminutas hojas se desprendían de los árboles como cenizas marchitas. Y nevaba. Hasta el cielo parecía preñado con la estación, denso, gris y súmamente turbio, emanando neblina a través de todos sus poros.
Percibí el estridente perfume que exhalaban los jardines helados a mi derecha e izquierda, la fragancia de las marchitas maravillas violáceas, una flor rampante que proliferaba como la mala hierba, pero infinitamente dulce; los lirios silvestres irguiéndose afilados como un cuchillo y cubiertos de escarcha, batiendo monstruosamente sus pétalos sobre viejos muros y escalones de hormigón; y, por supuesto, infinidad de rosas expectantes por la llegada de la primavera.
-No comprendo la insensibilidad de estos mortales.-expuso Mina en un intento por romper el silencio que poco a poco nos había consumido sin darnos cuenta-¿Qué necesidad tienen de dejar que sus flores se marchiten en el invierno? ¡Anda, sígueme!
Recorrimos una manzana tras otra en pocos segundos. Yo la seguía a corta distancia. La sentí muy fuerte y me pregunté si la sangre de la corte real vampírica -suponiendo que la hubiera- circulaba por sus venas. Mina era para mí el mayor monstruo que jamás había existido. Se volvió para mirarme. A la luz de las farolas podía apreciar con mayor agudeza sus rasgos, marcados por un aspecto lacado, encerado y lustrado que me llevaron a pensar en especias. La mente me condujo a imaginar por unos momentos anacardos, crema de almendras, nueces caramelizadas, chocolatinas repletas de azúcar y suculentos caramelos. Se movía con la agilidad de un gato, exhibía una mirada celeste tan encantadora que me hacía pensar en un mar de cosas placenteras y exhalaba de nuevo un popurrí de aromas especiados: canela, clavo, pimienta y otra clase de condimentos dorados, castaños o rojos cuyas fragancias eran capaces de estimular mi cerebro y sumirme en unos deseos eróticos que pronto exigían de su satisfacción.
-Mina, estoy trastornada.-murmuré, acortando la distancia que nos separaba y colocándome junto a ella en un arrebato por sentir todo aquello de cerca-Tengo los sentidos confundidos: vista, gusto, olor, tacto...No me encuentro como debería encontrarme.
Pensé con frialdad en atacarla, apoderarme de ella, derrotarla con mi nueva astucia y facultades superiores y probar su sangre sin su consentimiento. Pensé en hacerle el amor allí mismo tal y como me había contado que los vampiros lo hacían. Fue un error por mi parte pues, en esos instantes, no recordé que algunas criaturas de la noche eran capaces de leer la mente.
-No lo intentes o podrías acabar muy malparada, Sylfaen.-aseguró Mina entonces con una mueca que rozaba la acritud-¿Cómo se te ocurre semejante barbaridad?
Con aplomo, la sabiduría que la regía se imponía sobre aquella envoltura fuerte; la sabia joven de cabellos rojizos que exponía su autoridad de hierro sobre todo lo eterno y lo dotado de un poder sobrenatural. Deseaba beber su sangre, apoderarme de ella en contra de su voluntad por culpa de un impulso. Entendí que no habría nada más divertido que violar a un ser igual a mí, pues hubiera resultado una verdadera combinación de energías.
-No lo sé, Mina.-me encogí de hombros completamente avergonzada-Creo que ha sido porque no me he percatado de que violar es un acto poco femenino. Sé que ha sido como un insulto a ti, discúlpame. He tratado de evitar este enamoramiento mutuo desde que nos hemos conocido hace unas horas, pero cada vez me resulta más y más difícil. Me pareces un ser prodigioso, y sé que tú opinas lo mismo de mí.
La miré largamente de arriba a abajo, deteniéndome en sus ojos y su cabello cubierto ya de copos de nieve. Me devolvió una sincera mirada impasible que me enterneció demasiado. Miró alrededor y comprobó que no hubiera nadie a lo largo de la calle. Sostuvo mi mano durante unos segundos y me condujo a un pequeño callejón apartado donde podríamos estar algunos instantes a solas.
Permaneció en silencio contra la pared sin apartar la vista del suelo, sin atreverse a decir nada.
-Mina, yo...Ya te he pedido perdón. No pretendía...
Pero Mina no deseaba detenerse a hablar, no podía después de que por mi mente circularan semejantes pensamientos. Se deslizó lentamente hasta el suelo, indicándome con un suave gesto que la acompañara; y nos acomodamos contra el enorme muro de piedra de la casa de al lado sin vacilar
siquiera.
En esos instantes me percaté de que temblaba de pies a cabeza. No tenía frío, pero estaba infinitamente nerviosa. Observé por primera vez que Mina iba ataviada con una camisa blanca, a juego con su piel marmólea, y unos viejos vaqueros raídos que le ayudarían a pasar desapercibida. Lucía también unas elegantes botas altas negras que le llegaban hasta la rodilla. Se oía el sonido de voces y risas a lo lejos en calles anexas. Suspiré.
-Mina.
Mina me levantó la cabellera cobriza y se inclinó como para besarme en la nuca. Cerré los ojos al sentir sus labios rozar mi cuello y traté de girarme para devolverle aquella sensación, pero ella lo impidió; obligada a limitarme a acariciar su mejilla con uno de mis hombros. Sentí que poco a poco se me escapaba la existencia entre sus manos, mientras era consciente de que había abierto una herida en la parte superior de mi espalda y que absorvía poco a poco aquel alma marcada de ponzoña que me había otorgado hacía tan sólo unas horas. Cuando se separó de mí, vi que tenía los labios ensangrentados. Luego, con uno de sus largos dedos de tercipelo, se restregó la sangre, mi sangre, apenas unas pocas gotas de un arañazo superficial, por todo el rostro. Me transmitió la idea de que le confería un aspecto vivo y resplandeciente.
Me abalancé sobre ella de forma algo más sumisa de lo que habría creído, pues el inconfundible olor de la sangre -aunque esta fuese mía- me gritaba una y otra vez para que la tomase. Comencé a lamerle la cara mientras ella sonreía y reía una y otra vez.
-Tu sabor es...
-No, Sylfaen. Estás saboreando tu propia sangre.




A nueva petición de Leyre García, la escritora de "Sueños", subo la segunda parte del relato de Sylfaen y Mina Harker. Sed condescendientes con los fallos, me remito a que lo escribí hace un par de años.

1 comentario:

  1. Holaa me encanto tu blog de hecho te sigo y bueno te dejo mi blog para que me des tu opinión cosa que me encantaría *-* y te agradecería
    http://unaaficionadaavertesonreir.blogspot.com/
    y si te gusta tanto como a mi el tuyo pues ya sabes =)
    Muchos besos y no olvides sonreír

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