El reloj que cuenta relatos desde la penumbra del alba

Me quedé hecho un ovillo, con todos los músculos palpitantes en tensión, imponiendo una barrera aislante de cara al mundo moderno. La habitación estaba en penumbra. Sobre mí, había un dosel de raso arrugado y, debajo, una sábana de seda que hacía las veces de colcha.
No era una postura viril ni de alarde de poderío o de actitud de dominio, pero disfrutaba percibiendo la caída de los muros, el techo, el colchón, los armarios o las cómodas devoradoras que me engullían, regalándome a la vez esa aliviante y reparadora ilusión óptica que tantas otras veces me asaltaba en sueños.
De pronto experimenté una agitación tan intensa que lo único que me alivió fue el hecho de permanecer en mi postura, en esa misma cama. Necesitaba dormir. Dormir. Dormir. Dormir. Pero no podía. Se percibía como un eco el tictac de aquel reloj pintado en plata de manecillas rematadas con volutas. Lo único que sabía aquel trasto era hacer tictac -probablemente desde siglos atrás-, observando a la gente canturrear su música rítmica y acompasada, estornudando cuando le quitaban el polvo y retorciéndose mientras le daban cuerda con una vieja llave dorada. Quizá lo llegaban a amar. Era un reloj viejo y desgastado, pero el único mueble allí capaz de hablar por sí sólo. Yo lo oía infinidad de veces. Y siempre comprendía lo que decía.




Como os ocurre a muchos habitantes del mundo blogger, mi tiempo se ha visto reducido a causa de los estudios. Subiré textos a medida que vaya podiendo, aunque no os prometo que sea con mucha regularidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario