La reina de cutis oscuro y aura exótica

Conocí a Ana Bolena en la fiesta del solsticio de invierno, en el preciso instante en el que terminé de bailar con Ed. Nunca hubiera dicho que poseyera una gran belleza pero, hasta aquellos que la detestaban, admitían que tenía un encanto exacerbado. El cutis oscuro y los cabellos de ébano le regalaban un aura exótica que desafiaba los prejuicios de una cultura que veía la palidez como parte imprescindible del canon de belleza femenina, y eso me complacía desmesuradamente. Era incomparable a todo aquello a lo que estaba acostumbrada a admirar.

Por los pasillos de la corte, se escuchaba que era religiosamente inconsecuente y que eso la volvía una joven más que agresiva; calculadora, mucho más que emotiva; con un ligero toque cortesano, aunque con un desmedido control político. Desde mi punto de vista, era una mujer capaz de tomar el poder de su propia situación en un mundo dominado por el gen masculino; educada para que su estilo y presencia pesaran más que las desventajas que consigo traía su sexo. La peor es que, en realidad, ella no lo veía así.

A espaldas del mundo, Ana me confiaba entre sollozos sus secretos prohibidos y sus anhelos de grandeza que llegaban a refugiarse en los confines más insospechados del mundo que guardaba. Me hablaba siempre en francés para que no terminase de comprender qué quería decir exactamente con aquel montón de palabrería que servía de pañuelo de lágrimas a sus ansias frustradas, pero yo disfrutaba regocijándome en la sucesión de términos vacíos hasta aprender más de un millón de memoria.(continuará)