La guerra que cambió su mundo

Para cuando se sentó a la mesa, el borsch de su taza se había enfriado y los grumos morados de la sopa parecían haberse mimetizado con la superficie del recipiente. Se lo pensó dos veces antes de hundir la cuchara en aquella masa espesa con olor a esfuerzo y remolacha, pero se dio cuenta de que, haciendo círculos con ella, en menos de un minuto podría disolverla por completo. Luego le miró.
—No te preocupes, Mijail. Mamá preparará un poco más para los dos en seguida —acarició la cabeza de su hijo y dio un golpe seco con el bastón antes de levantarse—. ¡Svetlana!
Hacía tres años que el pequeño Misha no sonreía cuando su padre le revolvía los cabellos a la hora de cenar. En su lugar, se tapaba los oídos con ambas manos en cuanto iba en busca de su madre a la cocina y la hacía, de alguna forma que él ignoraba, gritar hasta ahogarse en sus propias súplicas. Por aquellos meses, los ojos de ella habían tomado el matiz sombrío de la neblina post otoñal que cada año anunciaba al feroz invierno de Moscú. Llevaba semanas sin ir a la tienda a comprar, sin acompañarle de la mano hasta la puerta de la escuela y sin arroparle por las noches con cuentos populares de hadas y madrastras. En su lugar, se encerraba en su habitación hasta que el día se apagaba y, de noche, se sentaba a tejer junto a la lumbre con la mirada perdida en tiempos pasados. Lamentablemente, sin quererlo, aquella guerra los había cambiado a todos.


2 comentarios:

  1. ...
    Decirte que no tengo palabras sería un tópico y además, se quedaría corto. Bravo, Karlie, has conseguido llegarme al corazón una vez más.

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